Aventuras de una negrita en busca de Dios by George Bernard Shaw

Aventuras de una negrita en busca de Dios by George Bernard Shaw

autor:George Bernard Shaw [Shaw, George Bernard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Sátira
editor: ePubLibre
publicado: 1932-01-01T00:00:00+00:00


Y se fue por su camino tratando de pensar en algún medio de hacer que los perros treparan a los árboles para demostrar científicamente que él mismo era capaz de encaramarse a un árbol; y la negrita se alejó en sentido contrario hasta llegar a una colina en cuya cumbre se erguía una enorme cruz custodiada por un soldado romano armado con una lanza. Ahora bien, a pesar de todas las enseñanzas de la misionera, que ante los horrores de la crucifixión experimentaba la misma extraña alegría que cuando destrozaba el corazón del novio de turno y el suyo propio, la negrita aborrecía la cruz y consideraba una gran pena que Jesús no hubiera muerto de forma apacible, natural y sin dolores, cargado de años y sabiduría, y protegiendo a sus nietas (en su imaginacion siempre completaba el cuadro con al menos veinte prometedoras nietas negras) contra el egoísmo y la violencia de sus padres. De manera que había apartado la vista de la cruz con una expresión de repugnancia cuando el soldado romano cargó hacia ella con la lanza, gritando:

—De rodillas, africana, ante el instrumento y el símbolo de la justicia romana, la ley romana, el orden romano y la paz romana.

Pero la negrita se hizo a un lado y le asestó un golpe en la nuca con la cachiporra, con tal fuerza que lo derribó al suelo, donde quedó tendido pataleando y tratando en vano de levantarse.

—Éste es el instrumento y el símbolo africano de todas esas cosas tan bonitas —dijo la negrita enseñándole la cachiporra—. ¿Qué te ha parecido?

—¡Maldición! —gruñó el soldado—. ¡La décima legión desnucada por una arpía negra! Es el fin del mundo.

Y dándose por vencido, dejó de forcejear y lloró como un chiquillo.

Se recuperó antes de que la negrita se hubiera alejado mucho; pero como buen soldado romano no podía abandonar su puesto para dar rienda suelta a sus sentimientos. Lo último que la negrita le vio hacer antes de que la cresta de la colina lo ocultara a sus ojos fue agitar el puño en su dirección; y lo último que le oyó decir no es necesario repetirlo aquí.

Su siguiente aventura sucedió en un pozo donde se detuvo a beber. De pronto vio a un hombre en quien no había reparado antes, sentado junto al brocal. Cuando se disponía a coger un poco de agua con el hueco de la mano, el hombre sacó una copa de algún sitio y le dijo:

—Toma y bebe en memoria mía.

—Gracias, baas —dijo ella, y bebió—. Muchas gracias.

Le devolvió la copa; y él la hizo desaparecer con algún truco de magia, ante lo cual ella se echó a reír, y él también.

—Eso ha estado muy bien, baas —observó ella—. Eres un gran hechicero. Quizá puedas informar a esta negra. Ando en busca de Dios. ¿Dónde está?

—En ti —contestó el mago—. En mí también.

—Lo creo —dijo la joven—. Pero ¿qué es?

—Nuestro padre —contestó el ilusionista.

La negrita torció el gesto y reflexionó un momento.

—¿Por qué no nuestra madre? —dijo al fin.



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